“Los errores son maravillosas oportunidades para aprender”. Es una frase que escuchamos habitualmente y uno de los principios de la Disciplina Positiva. Pero si esto fuese algo tan sencillo de poner en práctica estaríamos constantemente aprendiendo porque lo queramos o no, los errores van a formar parte de cada día de nuestra vida.
¿Tenéis a veces la sensación de que estáis continuamente metiendo la pata? ¿Os observáis cuestionándoos por la gran mayoría de las acciones que realizáis durante el día? ¿Parece que los demás tienen mejores habilidades para llevar a cabo su vida y por eso no cometen errores? Si esto suele ocurriros no es porque cometáis fallos con más frecuencia que los demás, o porque los demás tengan mejores habilidades, sino porque hay una serie de factores que influyen en la forma que experimentamos o asumimos nuestros fallos. Algunos de estos factores son:
1. Interpretación del fallo como algo catastrófico: asumir que las consecuencias de habernos equivocado van a ser muchísimo más graves de lo que objetivamente son. Por ejemplo, dar por hecho que haber contestado a un amigo de forma borde va a suponer un gran enfado o que cambie la opinión que tiene de nosotros.
2. Utilizar la sobregeneralización: creer que por el hecho de no haber podido responder a las preguntas planteadas en una reunión de trabajo, volverá a ocurrir lo mismo la próxima vez que tengas una reunión. Si asumimos esto como cierto, el valor que le damos a no saber algo es mucho mayor.
3. Activar el sesgo cognitivo negativo: que conduce a una recuperación selectiva de información negativa una vez que creemos haber cometido un error. Haremos un recorrido en nuestra historia sobre todo lo que creemos que hacemos mal y nos quedaremos con esa “versión” de la historia.
4. Reducirlo todo a una relación de causa y efecto: sentir que si algo no sale como yo esperaba, como puede ser suspender un examen, significará incuestionablemente que no tenemos capacidad suficiente para lograrlo.
5. Utilizar la rumiación como forma de resolver el problema: intentar analizar desde todas las perspectivas posibles por qué hemos fallado y evaluarlo de forma repetitiva entrando en bucle.
6. Utilizar la evitación como forma de sentirnos seguros: si siento que el otro día me quedé bloqueado cuando estaba con unos amigos y no supe qué decir, evitar la situación me hará sentirme más seguro (a corto plazo), pero aumentará la probabilidad de bloquearme más en las próximas situaciones.
7. Perseguir el ideal de la perfección: no permitirnos ni un pequeño margen de error al día por lo que cualquier metedura de pata será cuestionada, acompañado de una dura autocrítica.
8. Miedo a la crítica o a hacer el ridículo: tener más presente lo que los demás pueden pensar sobre nosotros que lo que nosotros queremos conseguir. Interpretar que es más correcto lo que hacen o deciden los demás que nuestras decisiones.
A todos nos molesta equivocarnos y tener que aceptarlo y normalizarlo es la parte más difícil. Escribiendo este post, mis pensamientos han intentado sabotearme diciéndome: “¿Y si lo que escribes podría estar mejor? ¿Y si hay fallos en la expresión y lo critican?” La única forma de no bloquearme y poder acabar de escribir este texto ha sido dar por hecho que a pesar de haberlo revisado, algún fallo se encontrará y que alguien podrá criticarlo. No es fácil, pero lo contrario (rumiar, evitar, valorar consecuencias catastróficas o centrarme únicamente en lo que los demás podrían pensar) me conduciría únicamente a no escribir.
El planteamiento que nos podríamos hacer es: ¿por qué no permitirnos este crédito diario de fallos, practicando un poco la autocompasión y no la dura autocrítica? Cuanto más habituados estemos a la posibilidad del error, menos sufriremos cuando se produzca.